Sobre el mal chistesito de los peajes al interior de las ciudades

Movilidad Bogotá
Movilidad Bogotá.

Entre todas las medidas absurdas de la nueva reforma tributaria se encuentra la creación de peajes al interior de las ciudades. Ya las hay como en el caso de Medellín donde la población tiene que realizar el pago para ir a Envigado. De todas maneras escuchar la propuesta es peor que ver el meme de la docena de huevos a 1800 de Carrasquilla; no da risa, sino rabia. ¿Para qué una medida tan absurda que puede aumentar los trancones y las horas pico en las ciudades? ¿Para qué aumentar el caos social y económico de una ciudad tan colapsada en sus vías de transporte como Bogotá?

Para mí es simple: los peajes son los límites absurdos de nuestra geografía. No solo en nuestra geografía a nivel nacional sino a un nivel general; o más bien: mundial. Los peajes son una forma de limitar las fronteras entre personas, entre ciudadanos; así mismo son modos de construcción de orden de los trancones entre regiones alejadas al interior de las naciones. Muchos son los casos: una tía sostiene que en España ver peajes es muy raro; los hay, obvio, pero se encuentran muy distanciados uno al lado del otro. Aquí en Colombia es todo lo contrario: si uno se va de paseo de Bogotá, por ejemplo, aparece un peaje más allá de Soacha y otro tanto a los diez – quince minutos de viaje si usted quiere pasar Girardot. Así hay muchos alrededor de la ciudad como si estos protegieran a los municipios de Cundinamarca. Ni hablar de los que se exponen para el resto del país; justamente ahí se ve cómo es de centralista Colombia. Pero, más allá de eso, ¿qué es un peaje?

Escrito por: Mateo Mora

Según Wikipedia, el peaje es un pago que se efectúa como derecho para poder circular por un camino. Según la Rae, este permite el derecho de tránsito. Siguiendo con esa idea, el peaje es una construcción de limitación social de los cuerpos con una aparente protección por parte del Estado para cuidar a los ciudadanos de la sobrepoblación de sus vías. Esta idea la enmarco justamente con la tesis de Michel Foucault del concepto de la biopolítica en la que el poder controla los cuerpos para el bienestar y sobrevivencia de los poderosos. De esta manera el peaje viene a ser un tipo de monedero donde el Estado puede subsistir en su territorio. Los precios elevados y los cuantiosos peajes a lo largo de Colombia son esos espejos: reflejos sustanciales de cómo el Estado se hace el pobrecito con las vocecillas de los medios diciendo que es para la construcción y mantenimiento de las infraestructuras cuando muchas veces no es así. Si se viera todo lo contrario las vías en todos los alrededores del país serían excelentes. Tanto van a la par con el número de puestos de vigilancia como de bienestar en la movilidad de los colombianos; al menos así debería ser.

El problema no creo que radique en la construcción de estos lugares de vigilancia del paso a paso, al fin y al cabo en todos los países se encuentran. Desde la Antigüedad el mundo está limitado por fronteras, por caminos, por murallas de castillos o puentes levadizos que protegen a los ciudadanos de los numerosos enemigos. El caso colombiano viene de los portazgos medievales de los Reinos de Castilla, Aragón y Navarra donde el pago por monedas permitía revaluar el tipo de población que pasaba de hacienda a hacienda y de río a río. Lo curioso fue la innecesaria norma de los españoles por construir peajes durante los años de colonización de los Virreinatos de las futuras naciones latinoamericanas; en el caso colombiano, por ejemplo, se vino a construir el primero en 1864 en los límites de Santander, Boyacá y el río Magdalena por cuestiones de comercio. De ahí podríamos ir a otras ciudades del llamado primer mundo como Londrés o Hong Kong donde la institucionalización de los peajes se da como una forma de controlar las atestadas calles de una ciudad a otra en medio de estos puestos de vigilancia.

El problema no radica en la construcción de los peajes sino en el cómo y para qué sirve este dinero recaudado. En primera medida, la construcción del peaje en pleno siglo XXI viene a olvidarnos la globalización en la que vivimos. El sociólogo Zygmunt Bauman en los años 70 proclamó el final de las fronteras en un mundo donde la globalización se lo iba a comer todo a pequeños bocazos. Si él lo afirmó en un mundo donde  todavía no estaba tan conectado como hoy en día con las tecnologías, las redes sociales y las leyes del comercio, pues cómo hoy donde la pandemia de la Covid 19 nos ha enseñado a conectarnos con la realidad desde el encierro del cuarto a través de Meet en las sesiones abrumadoras de teletrabajo. Siguiendo esa idea, la medida de construcción de peajes viene a ser absurdo cuando no hay los enemigos o extraños de las sociedades medievales; el mundo, en medio de los problemas de migración, debería plantear ese rompimiento absurdo de las fronteras. Ya las fronteras, como dice el historiador y escritor israelí Yuval Noah Harari, vienen a decaer por causa de la caída de los relatos de los nacionalismos. Ya recordamos estos relatos de nuestras naciones como formas de construcción de un conjunto de recuerdos históricos, no de una actualidad de emancipación diaria; claro, hay excepciones.

En segunda medida, la idea de los peajes viene a ser obsoleta si el Estado quiere ejercer el control sobre las vías. Si se mira desde la perspectiva del biopoder, las nuevas tecnologías pueden controlar mucho mejor el flujo de ir y venir de las conglomeraciones de transporte primario y pesado en las vías. No tiene sentido poner mayores precios y más puestos de vigilancia cuando las cámaras y los drones pueden detectar desde los cielos las placas, velocidad, tipos de personas y hasta tipo de carga. Con esto no quiero decir la necesidad de implementarlo, no lo creo; sería mucho peor por la pérdida de intimidad de los ciudadanos. Sin embargo esto del peaje viene a ser una idea muy del siglo pasado donde la frontera si es frontera; donde el distanciamiento si es real. Por ejemplo, si Claudia López le hiciera caso a Carrasquilla de instalar un peaje dentro de la ciudad lo más probable es que lo haría con el municipio de Soacha. Ya de por sí es paradójico nombrar a Soacha como municipio cuando en realidad termina convirtiéndose en una localidad más de la ciudad. Solo imagínese el trancón más atestado por la Autopista Sur para el paso de unos pocos metros de Bogotá a Soacha. No habría control, sino caos, además que es una medida tan obsoleta para medir el territorio y las divisiones de este.

En tercer lugar, la construcción de los peajes permiten el crecimiento de las riquezas de las empresas privadas. Es decir: no es el bien de la población ni el bien de las personas que trabajan en estos lugares; los que ganan son las empresas privadas sin contar lo que el Estado saque de tajada. En el caso de Bogotá hay cinco familias que ganan créditos ante la implementación de nuevos puestos de vigilancia: Luis Carlos Sarmiento Ángulo, José Jairo Correa, Mario Huertas, Carlos Alberto Solarte y Juan Luis Aristizábal. Estos cinco hombres con sus familias cubren las ganancias de todos los peajes de Bogotá a Cundinamarca y de Bogotá al resto del país. Entonces, ¿es necesario aceptar la medida de la reforma tributaria para el crecimiento de estas familias y del Estado? ¡Ni más faltaba! Con esto no quiero decir que sus trabajos se desprestigien, pero darle el dinero a unos cuantos por una medida donde todo el mundo se queja no tiene sentido.

Por ende, la cuestión de los peajes en Colombia siempre ha sido debatible. Por ejemplo, Juan Martín Caicedo, director de la Cámara Colombiana de Infraestructura, sostiene en un artículo de la Revista Semana a principios de este año que el incremento de los peajes obedece a la estructura de los ingresos necesarios para financiar la construcción, operación y mantenimiento de las vías, y el pago de los créditos. Ya nadie se cree ese cuento; mucho menos cuando la idea de implementar estos puestos de vigilancia sale a la luz desde 1997 al plantear esa posibilidad en la Alcaldía. Afortunadamente no se dio, el lio ahora es que al ser una medida gubernamental a nivel nacional se debería implementar; esto significa más trancones, más caos, más robo, más capitalismo salvajde donde los pobres se hacen más pobres y los ricos más ricos.

No: el chistesito de los peajes al interior de las ciudades si salió bien amargo; más que el de los memes de Carrasquilla cuando dijo sobre la docena de huevos. Por esto y más el paro nacional del miércoles 28 de abril: para terminar con esta payasada, con esta canallada de los poderosos y darle a Bogotá un poco más de dignidad en su proceso de movilidad sostenible.