Hay personas mayores que uno no puede no admirar o dejar de admirar cuando incurren en alguna torpeza; pero también en esos casos conviene leerlos con mucha atención para no caer en sus abusos de influencia.
Por: Óscar Enrique Alfonso.
Es el caso de la aterradora columna del maestro Antonio Caballero el pasado fin de semana, en el portal que ni aún así dejaré de seguir cada domingo. Hubiese querido comentar alguna de las lúcidas columnas de Daniel Coronel, o alguna de esas ingeniosas colecciones de frases que captan la absurda dinámica política del país a manos de Samper Ospina; o comentar, quizás, la dicha que en muchas ocasiones se experimenta ante la magistral escritura de Laura Restrepo; su lucidez femenina que es preciosa. Pero no, no lo hice; hubiera querido. Pero, lo de Caballero esta vez resulta imposible dejarlo pasar.
Tres problemas importantes identifico en su desastrosa opinión de este fin de semana. Problemas que agradezco ha dado la oportunidad de señalar, comentar e intentar hacerle ver a su propio autor, principalmente; en especial porque hay muchas personas de generaciones allegadas que aprecia uno de todo corazón pero que incurren en las mismas fallas que él, esta vez, a lo que dictaría la razón a la que nos tiene tan acostumbrados.
¿En serio no le importa lo que “recite” Margarita Rosa de Francisco? ¿En serio le parece que ella es una persona que está recitando? Redunda: “no le importa”, “está recitando”… A su juicio, ella no piensa: recita. ¿Porque es una actriz? ¡Cuánto prejuicio hay en esta primera frase! Convendría que le importe, no lo que Margarita “recita”, sino la palabra de ella. Por el bien de su propia palabra, le conviene aprender a respetar la palabra de quienes digan cosas que no hagan parte de su credo, de su credo mudo… Porque en realidad, ¿dónde queda dicho lo que Caballero cree? Su única convicción es que Petro miente. Y la prueba que aporta de ello es confusa como toda su nula argumentación.
Caballero está confundido con Petro; que precise su confusión a ver si se puede compartir con él el proceso de alcanzar alguna claridad. En todo caso, no deja de ser molesto que empiece por dejar sentado su torpe machismo de intelectual confundido. ¿La bestia está ofendida porque la que antaño fuera la bella de su inconsciencia ya no satisface su voyerismo encubierto? Se le vio muy desagradable esta salida de sus horribles demonios.
Reclama demagogia en Petro… ¿porque salía a los balcones a defender con arengas una gestión que en tribunales internacionales se estableció impecable? Demagogia es salir a afirmar que alguien miente porque él lo dice. Puedo respetar una por una todas sus letras anteriores; pero, no por eso voy, entonces, a aceptar que alguien es un mentiroso porque Caballero lo dice. Sus pruebas son insostenibles y su pretensión discursiva, un abuso. Un abuso inadmisible para quienes hemos sido sus lectores por décadas.
Incorpora en su reclamo a Gustavo Bolívar; porque escribe ficciones exitosas. ¿A su juicio quien escribe ficción debe mantenerse al margen de los problemas del país? Me aterra ver las afirmaciones chismosas que, con pretensión de argumentos, usa Mafe Cabal en la pluma de Caballero. ¿Caballero recitando a Mafe Cabal? ¡Qué gran salida en falso! En su opinión, entonces, ¿lo que no es de izquierda y no es derecha es una farsa?; ¿no era ese precisamente el estandarte del Frente Nacional; esa repartija del poder cuya incontenible fuerza nos tiene en este presente espantoso que atravesamos?
¿Lo único que ha visto de Bolívar es la historia de la tetas? A ver si amplía su mirada, Caballero. “La ficción petrista”. Súmese al pacto y haga su aporte; la gente inteligente de este país gustosa le abrirá las puertas a su rigor investigativo que, cuando que lo pone en juego, es en verdad convincente. Pero, cuando se entrega al chisme, da pena.
Finalmente, su categorización de la sociedad: “pueblo”, “populacho”, “ciudadanía consciente y consecuente”. Pelamos el cobre, Caballero, amigo… ¿Qué vamos entonces a hacer con los escritores de ficción, con las actrices recitantes, con el populacho y con el pueblo? ¿Vamos pues a excluirlos de tu República? Ponte la mano en el corazón, Caballero; respira hondo y precisa para ti mismo, para tu “ser consecuente”, ¿qué tan dura está resultando tu mano?, ¿y qué tan grande tu corazón? Es ante momentos como este que uno alcanza a presentir cierta congruencia entre el ángulo de Fajardo y el ángulo del innombrable. ¿De repente te da por ocupar esas áreas?