He venido pensando el tema del falso antagonismo que acaba por equiparar al líder del partido de los ricos que han llegado a serlo basados en el principio “duélale a quién le duela” con el líder de quienes padecen sin ninguna anestesia ese dolor.
Pienso y pienso en esto desde el día en que, “duélale a quien le duela”, la bandera de la paz fue sometida a la falsa democracia de la publicidad engañosa. Desde el día en que uno de mis más apreciados amigos (burócrata él; el que más entre mis cercanos. En fin, nadie es perfecto: hay que apreciar a los amigos con sus defectos. Perdón la digresión) estableció que “Petro es un soberbio”, hará ya unos ocho años…
¿Qué puede ser una persona “soberbia” en la moral de un burócrata? Un elemento de ese conjunto me juzgó con ese adjetivo ayer, básicamente por esgrimir argumentos en una discusión científica; hecho que, por cierto, me recordó la vez que, cuando era yo niño aún, un payaso me regañó porque me reí de su número. Estaba furioso.
En mi país una mujer con doctorado juzga soberbio al amigo que le ofreció su alma y la animó, siempre que fue necesario, a dar la batalla por llegar al título que se merece sin duda. ¿Qué mujer en este país enfermo no necesita ese tipo de voz en algún que otro punto de esa trayectoria voraz?
- Atentado contra Germán Francisco Pertuz Gerente del Hospital San Rafael de Tunja lo deja en UCI
- Cómo identificar tragamonedas de alto rendimiento en 1win Colombia
- Karina Escobar no descansará hasta que se tipifique la ley de violencia vicaria en Ecuador
Lo juzga soberbio el día que no obedece a ciegas el mandato de su ego… El día que él prioriza a su equipo de trabajo que espera el resultado que él debe enviarles para que el proceso siga adelante; 35 personas quedarían sin qué hacer durante un par de días, si él no envía ese texto que todos esperan ansiosos, confiados en su conocida puntualidad.
Pero ella reclama, porque no se quedó a atender el resultado irremediable de una estupidez de ella. Una doctora no comete estupideces; a menos que sea a la vista de un postdoctor. Sin tal condición, priorizar el equipo de trabajo, aún bajo esas circunstancias, es un gesto soberbio.
Lo juzga soberbio por cuestionarla. “Grosero; usted no está al alcance de una discusión conmigo”; “¡Grosero!: su palabra está fuera de lugar si espera mi respuesta”. “¡Grosero!, de hecho lo sucedido no fue el efecto de una torpeza mía; fue el efecto de la mala fortuna que usted me trae. ¿Torpezas yo?, ¡no! Soberbio usted. Soberbio… ¡Hasta petrista será!”, afirma mi amiga doctora. Porque hasta en personas con doctorados luchados a sangre persiste la superstición.
Ser soberbio es fácil por aquí. Hacer de alguien inteligente alguien soberbio es parte del repertorio de maneras de mantener las cosas en su sitio cuando la razón, cuando la argumentación del otro, es demasiado consistente. Porque, en esa perspectiva, existe la posibilidad de que el considerado inferior haga argumentaciones “sobreconsistentes”… Es increíble. Es mentira, es ¡soberbia!
Ojalá el líder del argumento de “le doy en la cara marica” alcanzara al menos los tobillos del líder que entiende que es más rentable para el país exportar aguates que seguir destrozando el territorio, el tejido social, el desarrollo de una cultura capaz de sostener un futuro.
Así, mi apreciado amigo burócrata también juzgó soberbio a Petro. “No, pues… Que si mi proyecto de política urbana no está bien argumentado, entonces no puede mantenerlo. ¿Quién se cree ese tal Petro solicitando consistencia argumentativa? Ni que fuera muy culto, ni que fuera Einstein”.
En el fondo, el problema no es que Juanpis nos juzgue mantecos a todos. El problema es que muchos de los que él considera mantecos adopten el calificativo para untarse de esencia de Juanpis siempre que haya la más mínima o ilusoria oportunidad. Caso, payaso que se enoja porque entre su público alguien ríe cuando él quiere motivar compasión; caso doctora egocéntrica que, para ocultar a su conciencia la estupidez de un acto suyo, acude a la superstición y aniquila una amistad que no ha sido poca cosa para su vida.
Caso del periodista indiscutiblemente impecable en su quehacer, que de repente reclama de los liderados por el opositor del clan del “le doy en la cara marica”, de aquellos que padecen la desigualdad al punto de no poder acceder a algo más que un bachillerato ficticio de esos que ofrecen los mercaderes de títulos, partidarios ellos del slogan “duélale a quien le duela”… que sean ¡educados!, les pide; que sean educados a riesgo de parecerse en exceso a los encargados de los fusiles en el bando del “le doy en la cara…”.
Es por esa vía del culto a lo ilusorio que señalar soberbio a Petro, es decir, manteco, conduce a la ilusoria imagen del supuesto profesor Fajardo, el científico de la observación de ballenas, el aparente político ajeno a la política, tan político que ha sabido mantener en un muy bajo perfil su indiscutible vínculo con la línea genética de Hidroituango.
El arribismo en Colombia es la más eficaz arma para concretar el dolor de los del le doy en la cara marica; tiene presidente en Polombia y también alcaldesa en la ciudad del metro más ligero y costoso del mundo; un juguete para que los cachacos que se creen el centro del planeta hagamos el ridículo en el futuro con la boca llena de un transmimetro de babas.
Así es como va esto. A ver cómo le hacemos para que el arribismo tome consciencia de su inconsciente uribismo invisible y, por ende, más mortífero que paraco en los alrededores del canal del Darién.
Escrito por: Un observador desinteresado
Envía tu nota ciudadana y hágase escuchar en Pluralistas, el poder del ciudadano ✍