Dice un Proverbio popular: “Solo quien Carga el costal sabe que lleva dentro”; un proverbio que nos puede servir para referenciar bastantes escenarios de la vida cotidiana, fácil de resonar y propiciante de un pequeño deslumbre de sabiduría para quien lo recita con convicción.
Escrito por: Juan Diego Rivera
Siempre me he mantenido pensante de que las experiencias de vida son las que objetivamente le otorgan valores a una persona, experiencias difíciles como en la cotidianidad de cualquier ser humano, experiencias que se adquieren a lo largo de la vida y se cuentan como legendarias anécdotas después de algunos años. Pero así como estas experiencias nos brindan sabiduría, también muchas veces inconscientemente son capaces de generarnos ego, muchas otras personas lo intencional cada vez que cuentan su magnífica hazaña para intentar impresionar a alguien o con la simple intención de auto exaltarse.
Ese ego es realmente una Bomba atómica de cinismo y autoridad fraudulenta. Dicha bomba puede llegar a propiciar a estos falsos expertos una insensibilidad cogida de la mano con una forma radical y mezquina de divisar las situaciones o tragedias ajenas. Sumando a esto más de cinco décadas de guerra y manipulación mediática la cual fue capaz de recetar una sociedad más que insensible y con poca capacidad de empatía.
Es eso precisamente lo que me lleva a la tragedia en dicho corregimiento de Pueblo Viejo en el Magdalena llamado Tasajera; no vengo aquí ahora mismo a plantear las causas de la necesidad comunitaria que llevó a los habitantes de Tasajera a mendigar unos cuantos litros de combustible, no vengo tampoco a discutir del abandono por parte del gobierno a tantas comunidades vulnerables, ni tampoco a hablar del desempleo o la falta de oportunidades que hacen a las personas arriesgar sus vidas por míseros salarios o ganancias fugases insuficientes para su sostenibilidad; vengo a hablar de la insensibilidad en mi país, de cómo somos capaces de tomar en burla y hacer humor oscuro con una tragedia de estas,¿ realmente somos así?, ¿realmente somos capaces de divertirnos con el sufrimiento de las víctimas y sus familias?, porque si es así realmente no sé qué clase de humanos somos.
Dichas experiencias no nos dan derecho a opinar y a exclamar cosas como: “Se buscaron una muerte tonta” “Costeños h***tas no saben sino robar” “En vez de trabajar se dedican a saquear” “Se merecían morir” “eso es justicia divina”. O otros que desde la comodidad que les brinda seguridad dicen cosas como: ¿Pero que p*tas se les pasó por la cabeza? Y que complementan sarcásticamente con: “Ahí tienen”. Les voy a decir que se les pasó por la cabeza: Miedo… Miedo a la miseria, miedo a preocuparse por la cena de sus hijos, miedo a quedar en el olvido, miedo a que sus descendencias nunca lograran ser lo que ellos alguna vez soñaron ser.
El mismo miedo que hizo a la gente salir de sus casas en medio de un confinamiento a ganarse la vida en las calles sin importar el riesgo de contagio, porque cuando la necesidad está por encima de la intuición de riesgo, la gente prefiere lanzarse al vacío para ganar un plato de comida. Pero eso nunca lo vamos a sentir dentro de nuestra cómoda y polarizada zona de confort.
En lo personal esa tragedia causó una conmoción en mí, y generó incertidumbre frente a ¿que nos depara como sociedad cuando la desigualdad es una bandera institucional?, generó también una gran desilusión en la gente de mi país, al ver que son capaces de desearle la muerte a un grupo de personas con serios índices de vulnerabilidad, y me planteo: ¿qué deben sentir las madres, padres, hermanos, amigos, esposas e hijos de aquellas víctimas de esta tragedia?. Se me inundan los ojos al intentar colocar a algún personaje de mi familia en ese escenario e intentar dimensionar el dolor que deben estar abrigando las familias de las víctimas. A este país le pido empatía, le pido sensibilidad, le pido que se pongan la mano en el corazón y piensen en el dolor de las familias y los sobrevivientes de este triste evento. ¡Nos tiene que doler Colombia!
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