
Cuarenta años después de la tragedia de Armero, la herida que partió la historia de Colombia sigue abierta y sus cifras continúan siendo inciertas, pero se estima que las víctimas fatales de la erupción del volcán Nevado del Ruiz superaron las 30.000 personas, una cifra que excede el cálculo histórico de 25.000.
Esta conmemoración revive también el testimonio desgarrador del periodista Germán Santamaría, quien narró al mundo la agonía de Omaira Sánchez, la niña que se convirtió en el símbolo de la impotencia nacional.

El desgarrador relato de Germán Santamaría
En una rueda de prensa realizada en Honda, Tolima, a pocos kilómetros de las ruinas de la «ciudad blanca», la defensora del pueblo Iris Marín, presentó el estudio ‘Armero ¿40 años de vulneración de derechos?’.
Durante su intervención, la delegada admitió la cruda realidad que enfrenta el país cuatro décadas después: «Hoy en día desconocemos las cifras precisas del desastre». Esta declaración se produce en el contexto de una nueva estimación que sitúa el número de muertos por encima de los 30.000, un dato que pone de manifiesto las persistentes vulneraciones de derechos que, según el informe, se derivaron de la tragedia ocurrida el 13 de noviembre de 1985.
La avalancha de lodo y escombros no solo borró a Armero del mapa, sino que dejó un vacío estadístico y humano que aún hoy se intenta dimensionar.
La conmemoración de las cuatro décadas no solo se centra en las cifras, sino en la memoria viva del horror. En este contexto, ha resurgido con fuerza la reciente entrevista de Blu Radio en la que el periodista colombiano Germán Santamaría relató los días que marcaron su vida y la historia del periodismo nacional, su cobertura de Omaira Sánchez.
Santamaría, en conversación con Néstor Morales, confesó que ese cubrimiento sigue siendo la experiencia profesional y humana más dura que ha enfrentado.
El periodista recordó cómo llegó a la zona del desastre dos días después de la erupción. Entre el caos, los socorristas y los periodistas que intentaban comprender la magnitud de lo sucedido, Santamaría encontró a la niña que se convertiría en el rostro de Armero. Omaira Sánchez, de 13 años, estaba atrapada entre los restos de su casa, con el lodo y el agua cubriéndola hasta el pecho.
El relato de Santamaría está marcado por la impotencia. Describió la desesperación colectiva por conseguir maquinaria, específicamente una motobomba, para drenar el agua que ahogaba lentamente a Omaira.
«Yo no quise verla morir», confesó Santamaría, resumiendo el sentimiento de frustración que paralizó a quienes la rodeaban. El periodista narró la agonía de enfrentar decisiones imposibles, como la sugerencia de amputar las piernas de la niña para liberarla, una opción que se descartó por falta de medios y por el riesgo de que muriera desangrada.
«Yo tuve que tomar decisiones humanas en medio del horror», recordó Santamaría. El momento más crudo de su testimonio fue cuando entendió que, simplemente, no había manera de salvar a Omaira Sánchez.
«Le metían tubos, cuerdas, palos, y nada funcionaba», detalló. A pesar del horror, la niña mantenía una lucidez impactante. «Era lúcida, hablaba conmigo, rezaba, me pedía que no la dejara sola», relató el periodista.
Esa petición lo llevó a un límite personal. Santamaría, bajo la lluvia y el barro, permaneció junto a ella mientras el nivel del agua seguía subiendo. «Yo no soy un hombre de fe», confesó, «pero me arrodillé y recé con ella».
Fueron horas de acompañamiento en una muerte anunciada, un acto de humanidad en medio del colapso total del Estado y de la capacidad de respuesta.

El símbolo que Colombia no necesitaba
Cuando Omaira finalmente murió, el acto de Santamaría y su fotógrafo fue de profundo respeto. «La tapamos con respeto. Lloramos. Fue el periodismo más duro que he hecho en mi vida», reiteró.
Tras ese momento, regresó a Bogotá, aún cubierto de lodo, con la determinación de escribir la historia tal como había sucedido. Su crónica, publicada en El Tiempo, dio la vuelta al mundo y selló la imagen de Omaira en la memoria colectiva.
Años después, Santamaría reflexionó sobre el impacto de su trabajo y del símbolo que ayudó a crear. Su conclusión fue tan dura como la propia tragedia, «Omaira se volvió un símbolo, pero Colombia no necesitaba un símbolo para entender su propia tragedia».
Esta frase resuena 40 años después, subrayando que la espectacularidad del símbolo quizás opacó la lección sobre la negligencia y la falta de prevención que llevaron al desastre.
La tragedia de Armero comenzó con la frase del piloto Fernando Rivera en la madrugada del 14 de noviembre de 1985, «Armero quedó borrado del mapa».
Hoy, cuatro décadas más tarde, las ruinas reciben la visita de miles de sobrevivientes y familiares que rinden homenaje. Sin embargo, el informe ‘Armero ¿40 años de vulneración de derechos?’ y la nueva estimación de 30.000 víctimas demuestran que, aunque la ciudad desapareció físicamente, las consecuencias de esa noche siguen presentes y la deuda del país con sus muertos sigue sin saldarse.
Redacción Nación Pluralidad Z.
