Huracán Erin: la amenaza fantasma que obliga a evacuar la costa de Carolina del Norte

El océano Atlántico, la playa y las casas en Duck, Outer Banks, Carolina del Norte.
Outer Banks en alerta: evacúan a miles por oleaje destructivo del lejano huracán Erin. Imagen de archivo/ AP

Una popular camiseta en la isla Hatteras, en los Outer Banks de Carolina del Norte (Estados Unidos), resume con ironía la vida en este paraíso vulnerable: «Un camino para entrar. Un camino para salir (a veces)». Esta semana, la naturaleza parece decidida a demostrar la veracidad de esa frase.

Aunque el poderoso huracán Erin se desplaza a cientos de kilómetros de la costa, su influencia es tan devastadora que ha obligado a las autoridades a ordenar evacuaciones masivas en las islas de Hatteras y Ocracoke.

El océano Atlántico, la playa y las casas en Duck, Outer Banks, Carolina del Norte.
Outer Banks en alerta: evacúan a miles por oleaje destructivo del lejano huracán Erin. Imagen de archivo/ AP

La razón no es el viento ni la lluvia directa del ciclón, sino el gigantesco oleaje que genera. Se pronostican olas de hasta 6 metros que impactarán directamente contra las dunas de arena, el único escudo natural de las islas. El mayor temor es que la carretera NC 12, la única conexión terrestre con el continente, quede destrozada en varios puntos, aislando a las comunidades durante días o incluso semanas.

Una amenaza sin tocar tierra

Para los 3.500 residentes permanentes de esta franja de islas, el aislamiento es un viejo conocido. Sin embargo, para las decenas de miles de turistas que la visitan, quedarse atrapados no es una opción.

Las autoridades han emitido la orden de evacuación de manera preventiva, reconociendo la fragilidad de su infraestructura.

«No hemos visto olas de ese tamaño desde hace tiempo y los puntos vulnerables solo se han debilitado en los últimos cinco años«, advirtió Reide Corbett, director ejecutivo del Coastal Studies Institute, una entidad que estudia los ecosistemas de los Outer Banks.

Estas islas barrera son, en esencia, antiguas dunas de arena que sobrevivieron al derretimiento de los glaciares hace 20.000 años, creando una delgada línea de tierra entre el océano Atlántico y el estrecho de Pamlico.

NC 12: la frágil arteria vial que desafía a la naturaleza

Construidas hace más de 60 años, las primeras carreteras permitieron que los Outer Banks pasaran de ser pintorescos pueblos de pescadores a un epicentro turístico salpicado de enormes casas vacacionales. Sin embargo, mantener abierta la NC 12 es una lucha titánica y costosa. En un día normal, equipos de maquinaria pesada remueven la arena que el viento deposita constantemente sobre el asfalto.

Cuando llega una tormenta, el océano invade las dunas y arroja toneladas de escombros sobre la carretera.

En eventos extremos, como los huracanes Isabel (2003) e Irene (2011), las tormentas han llegado a crear nuevas ensenadas, partiendo la isla en dos y requiriendo el uso de ferris durante meses mientras se construían puentes temporales.

La millonaria batalla contra la erosión costera

El Departamento de Transporte de Carolina del Norte invirtió más de un millón de dólares anuales (aproximadamente 4.000 millones de pesos colombianos) solo en mantenimiento regular de la NC 12 durante la década de 2010. Adicionalmente, gastó cerca de 50 millones de dólares (unos 200.000 millones de pesos colombianos) en reparaciones posteriores a tormentas en ese mismo período.

Este enorme gasto se justifica porque el condado de Dare, que comprende la mayor parte de los Outer Banks, genera ingresos por turismo estimados en 2 mil millones de dólares anuales (cerca de 8 billones de pesos colombianos). Mientras tanto, la erosión y el aumento del nivel del mar continúan su avance silencioso.

En la localidad de Rodanthe, el océano ya ha engullido más de una docena de casas desde 2020, y se teme que el oleaje de Erin reclame al menos dos más.

Vivir al límite: la resiliencia de los habitantes de Outer Banks

A pesar de los peligros constantes, los residentes han desarrollado un profundo sentido de pertenencia y comunidad. Shelli Miller Gates, una terapeuta respiratoria que llegó a la zona en los años 70, lo describe así: «Me encanta el agua. Me encanta su naturaleza salvaje. Es como quiero vivir mi vida«. Para ella y muchos otros, el aislamiento forja lazos más fuertes y el atractivo de vivir en un lugar donde otros solo pueden soñar con vacacionar supera los riesgos.

«Hay desastres por todas partes. Hay terremotos, ventiscas e inundaciones», reflexiona Gates. «Siento que tienes que encontrar un lugar donde te sientas como en casa». Y para miles, ese hogar sigue siendo esta frágil y hermosa barrera de arena, sin importar cuántas veces la naturaleza intente reclamarla.