Los significados de las palabras en los idiomas están dados por contextos y sucesos anecdóticos. Se sabe que a lo largo de los siglos, las lenguas se han mezclado construyendo nuevos significantes y nuevos significados postulando distintas maneras de pensar en el contexto de los individuos. De esta manera, muchas palabras tienen un origen de mezcla por la diversidad de otras culturas. De igual forma en el arte del discurso político las palabras están dadas por significados, analogías y metáforas que juegan con el contexto.
El caso del español no es exento de estos artificios. El original castellano del Reino de Castilla fue una mezcla del latín eclesiástico, el musulmán de los moros cuando la península Ibérica fue conquistada durante casi dos siglos, y los artilugios de los súbditos con el nacimiento de algunas corrientes vernáculas (el catalán, por ejemplo).
Cuando en 1492 llegó Colón a asolar las nuevas tierras occidentales, la mezcla se hizo más evidente. No solo fue este castellano ya mezclado el que hablaríamos sino un conjunto de expresiones de las poblaciones negras del África y algunos juegos lingüísticos de las culturas indígenas de estas tierras.
Este criollismo en el lenguaje se formó en los siglos de la colonia; sin embargo, cuando el Nuevo Reino de Granada se independizó del dominio español, el lenguaje no se quedó ahí sino que fue cambiando a lo largo del tiempo.
Por eso, en el caso colombiano, hay un determinado número de palabras usadas en el Caribe, otras en el Pacífico, otras en la Amazonia, otras en los territorios de las cordilleras y otras, aún más escondidas, en los pueblos autóctonos donde la occidentalización del hombre blanco no es tan evidente.
Colombia, a pesar de los procesos de modernidad, continúa tratando de salir del medioevo con la mala suerte de que el péndulo global se inclina de nuevo a los tribalismos más obtusos. Es decir: algunas palabras ocultan ese significado simbólico del exceso de medievalización de nuestro país donde se muestra el problema de la tierra, por ejemplo, similar al vasallaje, y la relación de nuestros políticos con los juegos de poder en las cortes.
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Hay una palabra que representa la política colombiana de los últimos años que juega con esta simbología de orden medieval: la mermelada. Este término lo escuchamos a menudo cuando hay una división de los dineros entre los políticos de forma equitativa para llevar a cabo intereses comunes y, de esta manera, mitigar un poco el concepto de la corrupción. Este término lo afirmó el ministro de Hacienda del gobierno de Juan Manuel Santos, Juan Carlos Echeverry, cuando afirmó: “es necesario distribuir la mermelada en toda la tostada”. Sin embargo, ¿qué relación tiene esta metáfora en la política con la comida?
La verdad hay mucho. No hay seguridad de dónde nació esta conserva de fruta. Algunos dicen que nació en la Antigua Roma; sin embargo, la versión más aceptable es en la Edad Media cuando los caballeros cruzados recorrían Arabia librando batallas funestas. De esta manera, cuando llegaban a Europa deleitaban el paladar del Papado y la realeza luego de sus gestas en el Medio Oriente. Así, el Papado se olvidaba las atrocidades cometidas por el nombre de Dios en las lejanas tierras gracias a este manjar gastronómico. La simbología en el caso colombiano es muy similar: los dineros repartidos entre los partidos, departamentos y políticos hacen que se olvide la explotación del petróleo y los recursos naturales como si nada hubiera pasado, ejemplo contemporáneo el caso de Hidroituango.
Sin embargo, aunque este término es nuevo de los últimos diez años, en toda la historia de Colombia se han utilizado distintos tipos de metáforas para hablar de lo mismo. La primera y por la que empezó todo: el florero de Llorente. El florero como intercambio entre criollos y españoles; esta curiosidad de que el préstamo no se diera indica mucho este juego de reparticiones entre los grandes que dirigen el territorio.
Con el grito de independencia, la campaña libertadora de Bolívar y la expulsión de los españoles pareció que este florero significaría la libertad y el nuevo orden. Lamentablemente ese fue el comienzo de todos los problemas: las luchas entre Santander y Bolívar fueron evidentes; esta vez no por un florero sino por ideales.
Ideales que, a lo largo de todo el siglo XIX con las numerosas guerras civiles, se vería metaforizado con los puestos de trabajo, cupos indicativos y contratos. Los treinta y dos levantamientos armados que, como plantea García Márquez, perdió Aureliano Buendia, solo eran el reflejo de favores no aceptados entre conservadores y liberales; lo mismo entre curas y terratenientes. No hubo época donde se reflejara más los conflictos medievales de nuestro país que todo el siglo XIX.
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La metáfora volvería a cambiar a principios del siglo XX. Según la Constitución de 1886 se crearon los auxilios parlamentarios repartidos entre el presidente y los congresistas. Sin embargo, estos auxilios fueron otra forma de robo, manipulación y mal uso que se eliminarían en la Constitución de 1991 para por fin acabar con la corrupción.
Lo cierto es que Andrés Pastrana volvería a crear (o re institucionalizar) la siguiente metáfora: los cupos indicativos. Con los gobiernos de los últimos años, incluyendo el de Álvaro Uribe Vélez y Juan Manuel Santos, han nacido otras metáforas; todas con la misma función.
La verdad ya perdí la cuenta de cada una de las metáforas para alabar este manjar gastronómico conocido en la Edad Media. Igual que en las artes de la cocina, algunos lo alaban. No falta con recordar las palabras del expresidente Juan Manuel Santos: “esa mermelada que tanta resonancia ha tenido es precisamente los proyectos que hoy le están llegando al país entero, a donde llego, a cualquier municipio, me dicen ‘más mermelada, Presidente, por favor queremos más mermelada’, porque esos proyectos están impactando, y de qué forma, en el bienestar de todas las regiones”. Pero, ¿será que habrá mejor bienestar?
Con lo creativo que son nuestros políticos crearán otra metáfora, ya no con la comida ni con la economía o la historia: no, eso ya se utilizó. Los políticos colombianos tienen la intuición de un escritor para crear nuevas metáforas para el beneficio de todos, al fin y al cabo, son los mejores creadores de artificios literarios en nuestros días.
Escrito por Mateo Mora.