Perdidos en un Brócoli | Opinión

Extraviados en la codicia y en el descrédito, ocultos en una espesura boscosa del tamaño de un brócoli, se encuentran los aliados del cada día más deslegitimado gobierno uribista, ante las contundentes pruebas de la ñeñe política, el caso de los laboratorios de cocaína del ex embajador Sanclemente en las goteras de Bogotá y un materializado fantasma que angustia a la Vicepresidenta en su ventajosa mesura.

Escritor por: Joker

Los hay de todos los matices y particularidades, están los Galán con sus conductas sibilinas defendiendo los privilegios que les otorgan todas las administraciones, en razón del legado de su honrado padre y haciendo cola para gobernar el país como les corresponde, el distinguido Rodrigo Lara que se ganó un lugar intocable y muy exclusivo bajo el halo de la burocracia, por mantener la boca cerrada y abierta en los tiempos adecuados, ni mucho, ni poco, ni allá, ni acá, muy fiel al estilo roñoso de la conocida burguesía nacional, habilidosa en usar un lenguaje construido para no decir y bajo los argumentos estériles de que todo está dentro de la normalidad, al tiempo que nadan como rémoras a la diestra del rancio Lleras, sobre las placenteras olas de la prosperidad.

El mercader Cesar Gaviria, negociando los últimos esfuerzos del Partido Liberal por legitimar ante la historia su papel emancipador, ya hecho cenizas por el clientelismo y la corrupción de sus líderes más visibles; esta figura engañifa no repara en esgrimir con su voz entelerida comentarios convenientes al caos nacional, tan solo para proteger a Simón Gaviria de las investigaciones de Odebrecht. De seguro se convertirá en otro títere y está esperando su turno para sentarse a lanzar aviones de papel desde el Palacio de Nariño. Claro que también lo hace por su hija María Paz, a quien ya promueve para el Ministerio de Cultura.

No faltará quien me acuse de envidioso, pero el territorio tiene sobreoferta de capital humano calificado, ganándose la vida como conductores de taxi precisamente por la ausencia de oportunidades. ¿Lo importante es el apellido?

Del consentido Simón no tendremos mucho que agregar, es casi transparente e inofensivo y muy haragán, solía no leer los proyectos de ley cuando fue congresista y sin embargo Harvard le otorgó una beca. Por Dios una beca de 200 mil dólares que ningún genio nacional podría soñársela, pues allí solo pueden figurar nombres como Franklin Roosevelt, John F. Kennedy, George W. Bush, Barack Obama, Bill Gates y Mark Zuckerberg entre otros. Ojalá no necesite de un inmolado como le ocurrió a su padre, ya que es muy conocido por todos que César Gaviria solo tuvo que remar sobre el cadáver de Luis Carlos Galán Sarmiento, para enquistarse en la historia fatídica de nuestra república como presidente.

No podría faltar German Vargas Lleras y su maniqueísmo político, disimulado entre las fisuras y la maleza de su alianza con el uribismo, un cálculo político que en mi opinión agravan su futuro y el desenlace político de las autodenominadas castas de la capital de Colombia; este hombre atormentado por la altivez de su dinastía criolla, se esclaviza a una petulancia que lo arroja en la descalificación de una sociedad juvenil muy exigente, intelectual y que peleará por su futuro, que no digiere discursos primitivos, ni magnifica hombres ordinarios tan solo por un apellido de alcurnia.

Se debe decir, que sumando sus grotescos coscorrones en medio de los huracanados aires de superioridad que lo abruman, lo dicho anteriormente está sepultando la fastidiosa creencia que el alfil de los cacaos bogotanos nació para gobernar. ¿El Ministerio de Salud que fructificó en el pacto demoniaco con el Centro Democrático, está acelerando su condena al rincón de los no canonizados? Yo creo que sí.

Por supuesto que hay muchos más, como el ridículo y chocarrero Andrés Pastrana ayer acusando al uribismo con los cargos más severos por sus vínculos con el paramilitarismo y hoy cobijado bajo las mismas premisas de la mano firme y el corazón grande, sin dejar de lado los que merodean con sumisión y zalamería asumiendo posturas a favor del gobierno en cualquier escándalo que sacuda sus cimientos; pero son actores regionales, mediáticos y de poco peso para las presuntuosas élites, que se arrogan el distintivo derecho a ser presidenciables.

Incluso aparecen detractores más feroces, otrora progenitores de la consulta anticorrupción, quitándole la pólvora a sus señalamientos y como enemigos íntimos resultan arrojándole salvavidas al partido de gobierno; de seguro lo hacen para ser cónsonos con sus intereses jurisdiccionales, lo que los obliga a guardar silencio y a mantener una distancia prudencial de los asuntos espinosos de los palacios Liévano y Nariño respectivamente.

Como es el caso de la senadora del Partido Verde Angélica Lozano, quien insinuara de forma cicatera que fraude electoral sí hubo, pero que muy poquito, refiriéndose a la denuncia que prepara el líder de la Colombia Humana por dineros del narcotráfico y compra de votos en las elecciones presidenciales. Es muy cierto que esta imputación cobra más relevancia y credibilidad, con cada grabación que sale a la luz pública y desnuda el estrecho vínculo de Iván Duque con este narcotraficante.

No podrían faltar los tecnócratas como la boca de chicle Juanita Goebertus, quien no solo elevó a una condición sublime la depravada seguridad democrática, sino que abstraída  en su dimensión del arco iris, de estrellitas chispeantes, girasoles y unicornios, sugiere que los deplorables sucesos nacionales, no dejan de ser una simple turbulencia, un efecto colateral de las economías y un revés de un mal momento; sin ninguna duda, estas percepciones abonan el suelo de los belicistas de oficina del uribismo quienes concluyen sobre las ruinas de la nación… ¡En Colombia la gente es pobre porque quiere!

Eso sí, todos defienden la bandera de una pérfida y prostituida institucionalidad, que en su generalidad organizacional, solo sirve para mantener el secuestro más sofisticado y perfecto sobre los colombianos sin apellido y sin influencias; ignorando la basura que se acumula en las vidas y en los sueños colectivos, indiferente ante el metabolismo de la calle que sortea la desgracia del hambre con la autofagia y muy insensible por los niños confundidos que juegan a la guerra entre el humo de los contaminantes y la desnutrición crónica.

También es inclemente ante el reclamo dimensional, que hacen los campesinos, desde sus viviendas atornilladas a un pasado arcaico, donde pareciera que el tiempo se hubiera detenido en el siglo XVIII, éstos arando los campos del genocidio, del desplazamiento y el olvido y ante la amenaza permanente del gran diluvio del glifosato.

Sin embargo, es oportuno recordar que esta penuria sociológica es la que fructifica y nutre de soldados a todos los ejércitos del conflicto, los medios de comunicación nómina de los grupos económicos, sí nos dicen qué cerveza tomar, qué banco utilizar, pero jamás que la ruralidad se llama olvido y abandono y que esconde el 70% del analfabetismo del país y por ende gran parte de nuestro fracaso social.

Es un ineficaz orden institucional, que no se avergüenza de exponer la celeridad de la justicia contra un hombre por robarse un caldo de gallina, pero disculpa a un fiscal que usa los recursos públicos para darse una vuelta por el universo de sus egos, y así lograr mostrarle a su hija como se ve Suramérica sin él.

Debemos reflexionar, si bien en esta columna no están todos los fundamentos existentes de esta aterradora realidad, nos seguimos acostumbrando al aparente Jardín del Edén sin estación, colonizado hasta su médula por el hollín y la descomposición sociopolítica.

Caemos en la maldita trampa del castro chavismo, usada para encubrir a una clase política más malévola que torpe y más perversa que ruin, que lleva gobernando siglos, años, meses, días, horas y minutos, sumando muertos y fracasos, de una forma tan naturalizada que han logrado hacer ver que ser corrupto es un estilo de vida y que la plata no se hizo con pendejos.

Sin duda no son personalidades, menos delfines, realmente son parásitos y desde sus cómodas posiciones no pueden vislumbrar que existe una población descalza, de pan y de agua de panela, de cartones y de sueños tan simples como poder comer tres veces al día, mientras los amigos del gobierno y la banca vomitan de opulencia.

Pero ya no tienen donde esconderse y están perdidos, yacen enredados en todas sus mentiras y calumnias, están instrumentalizando la represión y luchan por reinventarse como medio para lograr resguardar sus privilegios; sabemos quiénes son y que tan solo defienden un sistema infame, que dice que una minoría puede apoyar sobre los hombros de una mayoría social, el peso de sus lujos y de sus sucios vicios, sin ningún tipo de remordimiento.

¡Perdidos en un brócoli! es un título metafórico, y hace alegoría a la capacidad e incapacidad, de esconderse y perderse en la nimiedad de una mentira colosal y nos convida a unirnos como una masa uniforme, perspicaz y coherente, que apunte en una misma dirección y así lograr refundar nuestra patria.

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